La Habana podría compararse con un almendrón, esos coloridos autos de los años 50 que abundan en sus calles: un modelo fuera del mercado pero con sus trazos originales y reparados con piezas inventadas en Cuba. Un objeto de deseo de historiadores y turistas.
Caminar por ella es viajar en el tiempo. Varios de sus predios están carcomidos por el salitre del mar, que a veces latiguea su malecón. Desde allí, al final del día, el sol pinta el cielo de naranja incandescente antes de sumergirse en el mar Caribe.
Más allá del deterioro, La Habana sigue espiritualmente viva. Cumplirá 500 años en 2019, en medio de un plan de recuperación de su casco urbano y con la perspectiva de dar espacio, en algún momento, a una urbe moderna que respete lo clásico.
“La Habana quedó como detenida en el tiempo. La voluntad de la revolución fue ocuparse del país”, admitió Eusebio Leal, el Historiador de la Ciudad y la máxima autoridad para la restauración del centro histórico. “Esto ha tenido su costo innegable. Cuando uno la recorre observa la ciudad muy dañada y cubierta por un velo decadente”.
“Paradójicamente, esto ha servido para que esté intacta urbanísticamente. No se han construido en la ciudad nuevos puentes, nuevas avenidas colgantes, no hay presión de tránsito, no hay demoliciones masivas como ha ocurrido en otras ciudades latinoamericanas”, explica.
El 39% de las viviendas en Cuba se encuentra en regular o mal estado, según datos oficiales.
Fuente: EL ESPECTADOR
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